No es solo una moda de las famosas. Todo el mundo lo lleva. En todas partes. El sombrero de paja es uno de los protagonistas con más estilo de la temporada de verano. Es perfecto tanto para ella como para él, ideal en la playa y en la ciudad. Es un accesorio que puede definir el look de quien lo lleva y transmitir a la vez atrevimiento y elegancia. Todo ello sin olvidar que los sombreros de paja cumplen una función importante: proteger contra la radiación solar.
Resulta complejo determinar el origen de estos objetos, que actualmente son accesorios de moda, pero cuyo origen está claramente unido a la función de proteger del sol. El tejido de fibras vegetales es una de las actividades más antiguas del ser humano, que, inspirándose en la naturaleza, siempre ha creado objetos de las formas más variadas. Los primeros sombreros de paja conocidos, caracterizados por una trama tejida con diferentes tipos de fibra, se usaban en Asia y Europa en el siglo XV, sobre todo por parte de las poblaciones dedicadas a la agricultura. Siempre se han utilizado mucho porque la paja es un material muy ligero y fácil de conseguir y el tejido permite ventilar este complemento, gracias a sus diminutas aberturas, incluso en los días más calurosos. En los países asiáticos —Japón, China, Indonesia, Malasia y Vietnam— los utilizaban tanto hombres como mujeres. En Europa, sin embargo, tal y como reflejan las Très Riches Heures du Duc de Berry, un códice iluminado creado entre 1412 y 1416 por los hermanos Paul, Jean Hennequin y Hermann Limbourg, los sombreros de paja eran un complemento casi exclusivamente de hombre. Pero incluso esta costumbre estaba a punto de cambiar. En las pinturas europeas de los siglos XVIII y XIX, son las mujeres quienes llevan sombreros de paja, flexibles o rígidos, adornados con cintas o salpicados de flores. Se trata de accesorios que añaden varios elementos decorativos a la funcionalidad. La excepción es Vincent Van Gogh, que en su autorretrato de 1887 luce un minimalista sombrero de paja que pasaría a la historia del arte.
Mientras tanto, la moda de los sombreros panamá se fue extendiendo entre los aristócratas europeos. Un comerciante francés afincado en Panamá los llevó a la Exposición Universal de París de 1855. En esa ocasión eran unos modelos tejidos a mano con paja blanca ecuatoriana que hechizaron a Napoleón III y, desde entonces, el panamá reinó sobre las cabezas reales de Europa.
Entre finales del siglo XIX y principios del XX entró en escena la cada vez más poderosa burguesía, que se encargó a su vez de adoptar el mítico sombrero de paja. En Europa y Estados Unidos se convirtió en la alternativa veraniega al fieltro invernal. La tradición dice que se llevan de mayo a septiembre. La función protectora pasa definitivamente a un segundo plano en favor de la estética y la representación social. Un modelo, en concreto, se hace con el Viejo y el Nuevo Continente: el paglietta. Cuenta con una copa plana con ala circular corta y rígida y está rodeado de una cinta de grogrén. Los ejemplares más preciados son de paja florentina, una tradición toscana centenaria que se caracteriza por las 40 vueltas de las trenzas, cada una de ellas compuesta por 13 hebras de paja. Aunque se suele asociar al mundo del remo, el paglietta es en realidad una evolución del sombrero típico de los gondoleros venecianos, que se consagró artísticamente gracias a los cuadros de los impresionistas franceses Pierre-Auguste Renoir y Édouard Manet. Y no te puedes perder su gran aparición cinematográfica, con actores como Harold Lloyd y Maurice Chevalier luciendo los emblemáticos paglietta. Pero fue la famosa diseñadora francesa Coco Chanel quien convirtió este accesorio en un sombrero femenino a la última. Gracias a las icónicas imágenes de las actrices Brigitte Bardot y Laurence de Monaghan, llegamos a la primera pasarela del sombrero de paja, en el año 1965. Los diseñadores se divierten revolucionando este accesorio tan chic con mil variaciones: de ala ancha o estrecha, de gran colorido o con tonos naturales, con broches y foulards, tanto para él como para ella. Las interpretaciones son prácticamente infinitas, pero siempre con la elegancia por bandera.